Geografía e Historia
Luis García Montero
La geografía es invocada de forma insistente cuando se quieren borrar
las diferencias históricas. La palabra España no aludía entonces a la
variedad de ciudadanos, clases sociales, economías y pensamientos
surgidos en el interior de las fronteras españolas. Defender España era
más bien defender los intereses de sus dueños.
La geografía así utilizada tiende a convertir la responsabilidad
social en sacrificio y el compromiso en una condena a la obediencia. Los
deseos de la superioridad son leyes de obligado cumplimiento, algo tan
natural como la lluvia, el frío, el calor o las necesidades corporales.
Si España lo exigía, era imprescindible entrar en el retrete. Tener
opiniones e intereses propios suponía un acto de traición, algo
relacionado con la antiEspaña. Una larga tradición de afrancesados,
masones, judíos y comunistas había reunido a los traidores de diversa
ralea opuestos a la dignidad española. No es que mantuviesen un
criterio, es que habían nacido como monstruos antinaturales para ofender
a España.
Tal vez los niños de ahora estén sufriendo la palabra Europa con la
misma crueldad. Lo manda Europa, lo exige Europa, es un acuerdo de
Europa… ¿Y qué es Europa? Pues la voluntad de los dueños de Europa, que
no son los ciudadanos. Cuando habíamos conseguido borrar un poco la
geografía de España para tomarnos en serio su historia, cuando habíamos
aprendido a respetar los distintos intereses de las personas, las clases
y los territorios que conviven en la palabra España, llega Europa y nos
devuelve de lleno al esencialismo. Afirmar que tal medida la impone
Europa es tan estúpido como identificar a España con una opinión de la
derecha, la izquierda, los obispos, los banqueros o los sindicatos.
Si en un mundo globalizado cualquier decisión puede vivirse ya como
un asunto interno, en el caso de la Unión Europea los mecanismos de
confusión entre la geografía y la historia han alcanzado extremos muy
peligrosos para la democracia. La política europea no la decide una
abstracción llamada Europa, sino unos gobiernos con intereses
particulares. Resulta imprescindible politizar la palabra Europa,
cambiar la fatalidad natural por el debate ideológico. Los mandamientos
del neoliberalismo alemán y de la Comisión Europea, la política
económica que está empobreciendo a los ciudadanos a favor de una
acumulación salvaje de capital, no son demandass geográficas, sino
decisiones de tecnócratas que trabajan al servicio de los poderes
financieros.
La globalización económica ha llevado el juego de la geografía y la
historia a un extremo que hace imposible la soberanía cívica. Si los
ámbitos públicos y el Estado no crecen al mismo tiempo que las redes
económicas, la palabra democracia pierde su realidad geográfica y su
historia. Y eso es lo que está ocurriendo para descrédito de la
política, protagonizada por personajes deshabitados, muertos vivientes,
figurones que hacen el don Tancredo. Van y vienen con cara de tontos,
sin voluntad de intervenir como representantes públicos en los
verdaderos núcleos de decisión.
El caso español siempre tiene un plus de tristeza. Hemos pasado no
sin transición, sino con una muy mala Transición, del Todo por España al
Todo por Europa. Los herederos del franquismo aprovechan la crisis para
borrar los acuerdos sociales conseguidos por la fragilidad de la
izquierda, vuelven a la geografía y llaman antiespañoles a los que se
atreven a disentir de Europa. A este paso serán afrancesados todos
aquellos que critiquen las ideas del presidente francés Nicolás Sarkozy.
Puede parecer absurdo, pero a otras mezquindades peores hemos llegado.
Ahora, por ejemplo, son tratados como antidemócratas los ciudadanos que
intenta recordar a los luchadores que dieron su vida por la libertad.
Las víctimas del franquismo parecen un problema para la democracia. Aquí
hemos hecho una Transición tan modélica que sólo ponen en peligro el
espíritu democrático aquellos que critican a un dictador. El verdadero
demócrata es el que participa con lágrimas en los funerales de un
ministro fascista.
Luis García Montero
Luis García Montero (Granada, 1958) es poeta y Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Es autor de once poemarios y varios libros de ensayo. Recibió el Premio Adonáis en 1982 por El jardín extranjero, el Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional de Literatura en 1994 por Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente, fue merecedor del Premio Nacional de la Crítica.
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