El estadio y el Hincha
¿Ha entrado usted, alguna vez, a un
estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche.
No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que
las gradas sin nadie.
En Wembley suena todavía el griterío del
Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero aguzando el oído puede usted
escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los húngaros golearon a la
selección inglesa. El Estadio Centenario, de Montevideo, suspira de
nostalgia por las glorias del fútbol uruguayo. Maracaná sigue llorando
la derrota brasileña en el mundial del 50. En la Bombonera de Buenos
Aires, trepidan tambores de hace medio siglo. Desde las profundidades
del Estadio Azteca, resuenan los ecos de los cánticos ceremoniales del
antiguo juego mexicano de pelota. Habla en catalán el cemento del Camp
Nou, en Barcelona, y en euskera conversan las gradas de San Mamés, en
Bilbao. En Milán, el fantasma de Guiseppe Meazza mete goles que hacen
vibrar al estadio que lleva su nombre. La final del Mundial del 74, que
ganó Alemania, se juega día tras día y noche tras noche en el Estadio
Olímpico de Munich. El estadio del Rey Fahd, en Arabia saudi, tiene
palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni
gran cosa que decir.
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